Salida inminente del libro Distante el Paraíso, de Alberto Lauro.

«La poesía la asumo como Gabriela Mistral le dijo a mi amiga Fina García-Marrúz: “escriba por urgencia. Y sólo por urgencia”. Cuando no la siento, no escribo versos. A veces he pasado años sin que lo necesite. Este poema lo he guardado celosamente de extraños. Hasta ahora. Está dedicado a mi hermana Xiomara.

 Los que me conocen saben que no siento premura por dar a conocer mis versos, ni de leerlos en público. Mis dos últimos libros. El regreso a la novia de Lázaro (Ed. Voces de Hoy, Miami, 2011) fue creado casi en los últimos meses de 1984. Y se acaba de editar a principios de este año. Hijos de mortales, con el que el que acabo de obtener XVI Premio Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, los primeros poemas que lo integran fueron escritos en 1986 y los últimos hace unos meses: han pasado 25 años en ambos casos. Mi poemario de prosa poética, Cuaderno de Antinoo (Ed. Betania, Madrid, 1994) es de la época en que escribí este poema.

  Justamente en 1986 tuve que replantearme mi vida entera. Me mudé de la ciudad donde nací -Holguín- a La Habana. Fue como volver a nacer, desde el principio, en una vasta ciudad donde pensé que tendría horizontes y pronto se me hizo pequeña y asfixiante como todo el país, del que huí en 1993 con la ayuda de dos amigos asturianos: Luis Álvarez alias y Teresa Torres Novio. El poema en prosa estaba más cercano a mi sensibilidad de entonces. Me hallaba fascinado por dos libros cubanos de este género: Fantasía de la noche de Isel Rivero -regalo de mi amiga y su profesora de piano, la concertista cubano-libanesa Ñola Sahig. Y Juegos de agua, que me dio la propia Dulce María Loynaz. Abilio Estévez también me leía los suyos que forman parte de Manual de tentaciones. Así surgió Distante el Paraíso, en el que me replanteo mi relación con la religión católica, muy importante como lo fue para mí como refugio cultural bajo el comunismo; el amor desde la Creación -que realmente no había conocido hasta entonces-, la traición, el abandono, la soledad, la desolación y lo que finalmente me esperaba: el exilio. Ignoraba que estaba trazando a ciegas mi propia trayectoria, incluyendo eso que a todos nos espera, más tarde o más temprano, de lo que soy consciente desde muy siempre: la muerte y el olvido.»

 Alberto Lauro